Debo mi segundo apellido a una historia de ficción: Solitario de amor, de Cristina Peri Rossi. Si la liga lgtb adopta hijos, cómo no adoptar apellidos maternos.
Ésta es una historia que sobrevuela las culturas, y ni los griegos hallaron mito para encuadrarla. Aunque a Peri Rossi sólo se lo conté una vez (en el círculo de Bellas Artes de Madrid, 1997), creo que la historia le sobrepasa, o que ella sólo ha sido el medium. Y aunque no se le conocen más relaciones íntimas con varones que los (15) breves poemas de Julio Cortázar para Cris, se estará preguntando aún cómo concibió.
De un viejo cuaderno (cuesta ya rescatar del olvido) transcribo. [Discúlpese con los años el estilo atrabilado a baudrillard.]
Hijo de las lecturas, como todo lector me reconozco en filiación con algún
texto matriz. Sólo alcanzo a sospechar -porque saber es un verbo que se reserva
la esfinge- por qué adiviné claramente cuando lo ví que Bastelo
era un segundo apellido reservado para mí.
Quizás porque en mi caso se duplicaban (sería más exacto triplicaban) los
apellidos intuía que esta repetición no añadía francamente más al primer
apellido: se asignaban indiferentemente la filiación paterna y materna a uno
solo, puesto que eran el mismo. De este modo dejaba libre el lugar supuesto a la
madre.
De todos los dilemas edípicos, la posesión de la madre es el más ambiguo,
porque el deseo de incesto se puede explicar en el hijo, pero difícilmente se
puede explicitar entre ambos (la seducción no soportaría tanto conocimiento por
parte de la madre).
Extraña que la analogía pueda llevarse a extremos tan mentales, pero
sospecho que algo parecido le sucede a la autora a la inversa. Si algo
semidivino -griegamente hablando- tiene la autoría es la indefinición del padre.
En este sentido Peri Rossi, por ir al caso, puede renegar perfectamente del
varón en la concepción de su relato (mítico). Así son engendrados los textos,
cuyo material (matriz, materia) siempre es alguno pero cuya simiente (patrón,
semema) se pierde en la promiscuidad de las ideas, los sentidos, las lenguas.
'He concebido una idea', decimos asumiendo la posición del vientre, del suelo,
de la tierra madre. 'Ser padre de una idea' es sencillamente una aberración de
orgullo.
Generación marcada en esta obertura, el lector (como yo) es un hijo sin
marca que pregunta a la esfinge y ésta, milenariamente, le responde que su
madre, avocada a unirse con él -es una lectura- no le reconoce.
Así de abstracto tenía que ser el origen. Como el canto universal. Por eso
conocí, precisamente en 'Solitario de amor', al que ella no
reconoció:¨
"A la noche, bajo la cama, los diccionarios están de pie. Dormidos bajo la O opalina, bajo la dorada D, y en mis sueños hay palabras que no conozco, como bastelo y bondino."
Apellida y da fe del deseo mítico, porque también descendemos por nombres
imprecisos, indeterminados. Y en mis sueños de niño errante hay playas
desconocidas y laberintos de humo y noches nuevas.