un universo para todos


El observatorio astronómico de La Hita, aquí al lado, levantado por nuestro amigo Faustino Organero, es un monumento de fe y razón, como le gustaría definirlo a Borges.

De fe porque se ha convertido en uno de los más importantes de España hecho por un aficcionado (hecho quiere decir que es un milagro de la voluntad humana haber levantado con su solo esfuerzo desde los cimientos de una caseja en el campo hasta los sofisticados sistemas de informatización, monitorización o estudio de lentes, pasando por las piezas del torno o el estudio gráfico).

De razón porque no hay mejor símbolo en medio de La Mancha estrellada que la del hombre que, de pie, dialoga con los astros.

Y en este 2009, Año Internacional de la Astronomía, nos ha llegado esta invitación que hacemos extensible a todos:

Es nuestro deseo informarle del acto que la Fundación Astrohita organiza, en colaboración con los diversos colectivos de personas con discapacidad del entorno del Observatorio astronómico de LA HITA, con la Concejalía de Educación y Cultura del Ayuntamiento de La Puebla de Almoradiel así como de otras instituciones y entidades.

Es el 2009 el Año Internacional de la Astronomía y entre sus proyectos emblemáticos se encuentra el trabajo con personas discapacitadas, esto unido al hecho de que entre los fines de la Fundación AstroHita se encuentra la difusión de la Astronomía entre la población, hemos deseado que el primer acto que organizamos en 2009: "Un Universo para todos, un mundo de emociones" esté especialmente pensado para un colectivo a veces olvidado en el terreno científico.

Su empeño me ha hecho recordar un memorable párrafo de Julio Cortázar al observatorio de Jaipur, en la India (Prosa del Observatorio):

Vea usted, en el parque de Jaipur se alzan las máquinas de un sultán del
siglo dieciocho, y cualquier manual científico o guía de turismo las describe
como aparatos destinados a la observación de los astros, cosa cierta y evidente
y de mármol, pero también hay la imagen del mundo como pudo sentirla Jai Singh,
como la siente el que respira lentamente la noche pelirroja donde se desplazan
las anguilas; esas máquinas no sólo fueron erigidas para medir derroteros
astrales, domesticar tanta distancia insolente; otra cosa debió soñar Jai Singh
alzado como un guerrillero de absoluto contra la fatalidad astrológica que
guiaba su estirpe, que decidía los nacimientos y las desfloraciones y las
guerras; sus máquinas hicieron frente a un destino impuesto desde fuera, al
Pentágono de galaxias y constelaciones colonizando al hombre libre, sus
artificios de piedra y bronce fueron las ametralladoras de la verdadera ciencia,
la gran respuesta de una imagen total frente a la tiranía de planetas y
conjunciones y ascendentes; el hombre Jai Singh, pequeño sultán de un vago reino
declinante, hizo frente al dragón de tantos ojos, contestó a la fatalidad
inhumana con la provocación del mortal al toro cósmico, decidió encauzar la luz
astral, atraparla en retortas y hélices y rampas, cortarle las uñas que
sangraban a su raza; y todo lo que midió y clasificó y nombró, toda su
astronomía en pergaminos iluminados era una astronomía de la imagen, una ciencia
de la imagen total, salto de la víspera al presente, del esclavo astrológico al
hombre que de pie dialoga con los astros.


Viajaremos por las sendas de los humanos dioses.

1 comentario:

Establo Pegaso dijo...

Miras el cielo desde las proximidades de cualquier ciudad y lo último que ves es la luz de las estrellas. No hay estrellas, pero tampoco hay oscuridad. Sólo un fondo turbio de color gris anaranjado. Si quieres ver la Osa Mayor o el Carro tienes que alejarte de la ciudad unos cuantos kilómetros. La visión del cielo estrellado ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, es un grandioso monumento, pero no necesita luz artificial.