El escritor Màrius Serra ha publicado Quiet (Empúries), un libro que tiene de protagonista a su hijo Lluís (Llullu), afectado de una encefalopatía multiforme: una enfermedad cerebral que, en la práctica, le convierte en un bebé perpetuo, aunque tenga ocho años. Llullu no camina, no ríe, no habla, no puede comunicarse. Desde detrás de la silla de ruedas con que empuja al hijo, Serra es un observador privilegiado de las miradas y paradojas que nacen a su alrededor.

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Una entrevista con Màrius Serra
[Tomada de Diversitat funcional]
-Una de las dificultades importantes a la hora de escribir Quiet debió ser la de encontrar el tono literario y 'moral' del libro.
-Veía muchos peligros: los del sentimentalismo, del victimismo, de la lágrima ... Unos peligros que tenían más que ver con la forma que con el contenido. Porque nosotros (mi mujer, mi hija y yo en particular) no hemos vivido nunca esta situación como una tragedia depresiva. Más bien lo contrario. No debemos tener mucho sentido trágico de la existencia; que se lo quede Unamuno. En casa no lo vivimos así. Siempre ha habido esta ambivalencia; la palabra clave sería 'paradoja': el dolor al lado de las ganas imperiosas de vivir, de la luminosidad que, por contraste, todavía se hace más refulgente. Una situación tan dura te hace ver en una perspectiva diferente los otros aspectos de la vida, de la cotidianidad, que antes te preocupaban mucho y que ahora ves a distancia.
-¿Cuándo se dio cuenta de que quería escribir este libro?
-Hace años que sabía que acabaría escribiendo sobre Lluís. Pero la primera vez que lo hice fue en un cuento para el diario Avui. Aparecía un padre y un hijo, al cual pasaba alguna cosa, pero estaba muy literaturizado. Después empecé a escribir De cómo se escribe una novela (Empúries, 2004), que era una crónica muy literal y autobiográfica de un proyecto literario, una novela inacabada que cerré con la ayuda de los lectores, y que formaba parte de un tiempo determinado de mi vida; entonces Lluís ya tenía tres y cuatro años. Ya habíamos digerido la situación de tener un hijo con parálisis cerebral sin posibilidades de recuperación, sin la esperanza de una curación milagrosa. Y en aquel proyecto, sin yo darme cuenta, Lluís sacó la cabeza en un par de capítulos, sin ser el tema principal. Una vez roto el hielo y decidido que sí, que quería escribir sobre él, me enfrenté con el cómo. Y me amparé en la tradición literaria: aquello que yo tenía que hacer era narrar los hechos que nos suceden, porque eso ilumina mucho más que cualquiera grande reflexión teórica o cualquier texto introspectivo. Era mi opción.
-Encontrada la opción, ¿cuál fue el paso siguiente?
-Una vez tomada la opción, vas dando forma y acabas encontrando un tono en el cual los grandes peligros son los extremos. Es un campo de minas donde ves que el dolor está, y también la tragedia, en cierta medida, y al mismo tiempo vives y ves en la cotidianidad que el placer también está. Es la vida. Y en todo momento la intención ha sido equilibrar la oscuridad con la luminosidad. Que el claro-oscuro llevara al lector a un cierto vaivén emocional, y que de situaciones angustiosas pasáramos a situaciones luminosas e incluso hilarantes, divertidas. Porque así lo hemos vivido siempre.
-¿Por eso no ha optado por la estructura cronológica?
-Cuando ya veía claro que tenían que ser episodios, pequeños fragmentos narrativos de situaciones vividas, me di cuenta de que, para Lluís, para el Llullu, el tiempo es una magnitud que no progresa; de hecho, es un bebé perpetuo. Y entonces pensé que el orden cronológico no hacía falta. En un viaje a Italia me compré un bloc de hojas para tomar nota: empecé apuntando las palabras clave, los recuerdos..., y de golpe lo vi, me puse a desordenarlo o reordenarlo. ¿Y con qué criterio? Cuando vino John Irving a Barcelona explicó: 'Yo antes de ponerme a hacer una novela hago mucha gimnasia emocional. Y me lo apliqué un poco. Implicaba afinar la cuerda de las emociones, y pensé que tenía que crear un recorrido, empezando por el comienzo y acabando con la imagen hacia el infinito del Llullu corriendo. Quise que las emociones fueran compensadas por las paradojas y por las ironías con que también nos hemos encontrado.
-Hay paradojas sorprendentes ...

-Tuvo que decidir hasta dónde desnudarse. ¿Hasta dónde?
-En mi caso, sin concesiones y sin límites. No me he impuesto ninguna restricción y he querido ir al fondo. Otra cosa es cuando implicaba a otras personas.
-Y no construye un personaje de usted mismo.
-Otro de los grandes peligros, y yo me he esforzado especialmente en neutralizarlo, era el victimismo. Quería rehuir el uso fraudulento de las emociones, porque lo encuentro sumamente obsceno y desagradable. El victimismo es una actitud que no forma parte de mi manera de ver el mundo. Aquí mi presencia es la del narrador. Y una vez he encontrado el tono, me he oído muy cómodo, porque creo que es una presencia clara y muy parecida a aquello que yo entiendo que es un escritor.
-Explíquese.
-Piensa que ir enganchado a una silla de ruedas es un observatorio del mundo privilegiado. Llullu es un foco de atención, un imán, todo el mundo lo mira y tú eres el observador de todas las miradas, de gente muy diversa. Es un cierto privilegio. Yo quería mantener esta clave del narrador: me fijo en las miradas de los otros sobre una situación extrema de Llullu, pero no hago teorías ni intento juzgar estas miradas. Me habría dado mucha vergüenza hacer impostura de mi presencia en el relato. Mi voz es la del relator, que explica el mundo según sus ojos. Pero no es un relato introspectivo. Lluís es como un espejo. Yo he cambiado mucho por él, pero también por todas las circunstancias que concentra. Y el protagonista tiene que ser él. Porque es él quien desgraciadamente tiene una vida restañada. Me he esforzado mucho en mantener la literalidad y que la invención no se escurriera.
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-Sin perder la literalidad, hay una construcción literaria.
-Sí. Para mí, es muy importante que el libro salga en la colección de narrativa de Empúries. Claro está que no es ficción, pero utilizo mecanismos de la narración, los mismos que utilizaría para escribir un cuento o una novela. Al mismo tiempo, hay una voluntad estética clara de establecer una obra literaria. La fuerza de la literatura es que encuentra maneras de explicar el mundo. Decidí servirme del recurso del 'veo veo', que después cambié por el 'recuerdo', buscando el referente de George Perec, que tiene un libro titulado 'Que yo me acuerdo de...', para hacer el juego del cierre del libro e incidiendo en la paradoja. Porque Lluís no recuerda nada, pero al mismo tiempo hace el clic de decir: como no lo recuerdo, me puedo en absoluto olvidar. Claro está, eso es una construcción literaria. Lo que no habría hecho nunca es un dietario explicando qué se me pasaba. Y vi que podía acabar el libro con este caleidoscopio, con esta ilusión óptica, con este universo un poco mágico, del orden de Alicia en el país de maravillas, en el otro lado del espejo, en el cual osé dar la voz a Llullu. Las páginas finales fíjate que no van numeradas. Es una especie de apéndice, que es como nosotros lo vemos siempre: demos voz a quien no tiene como damos movimiento a quien no tiene.
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-Pues liga mucho con su personalidad y con su carácter de verbívoro.

-¡Sí que es una gran paradoja!
-La vida está hecha de contrastes. Quien solamente busca la perfección, porque quiere crear paraísos artificiales y urbanizaciones como Marina d'Or en todas partes, es uno cretino, en completa disonancia con aquello que significa la existencia. Son las dimensiones, la perspectiva, las que cambian. Por ejemplo, cuando nuestra hija tuvo una mastoiditis, de una otitis mal cuidada, y la tuvimos ingresada un mes en el hospital, dijimos al médico: 'Permítanos dos preguntas. Primera: ¿Sabe qué tiene? Sí. Segunda: ¿Sabe cómo se cuida? Sí. Oé, oé, oé. No hablemos más.' Hace unos cuantos años no habríamos reaccionado así ni por asomo.
-Una parte muy dura de la historia de su hijo es que tiene una enfermedad desconocida ...
-Sí, es una enigma. Y es todo un proceso el hecho de aceptar que no tiene remedio. Yo tiré la toalla antes que mi mujer y, por lo tanto, acepté antes que no había curación. En cambio ella luchó más. Es obvio que hay una enigma inicial que tú quieres resolver: ¿qué tiene? Porque la diagnosis es 'encefalopatía multiforme', es decir, 'dolor de cabeza muy variado'. Desde la neurología tenemos que admitir que el cerebro es el gran desconocido. La ciencia médica, y yo estoy completamente a favor ('¡viva el método científico'!), tiene que admitir también que del cerebro no sabe una pizca. Una nueva paradoja.
-Cuando oye o lee una noticia como la que anunciaba la curación del Síndrome de Redecilla, ¿qué experimenta?
-Hay una cuestión que nosotros, afortunadamente, no hemos padecido, que es 'la culpa', una especie proveniente de la cultura judeo-cristiana. Pero hay otra cuestión: '¿Hago todo aquello que puedo?' Esto hace aflorar muchas trampas y suscita un debate horroroso. De repente, las noticias se tratan como un descubrimiento científico. Y tú enseguida piensas: 'quizás lo podría solucionar'. Y entonces está el síndrome: '¿Estaremos a tiempo? Hemos llegado tarde?' Yo estoy totalmente a favor de los avances científicos, pero creo que es mucho más importante para las criaturas que la vida cotidiana y el bienestar sean sostenibles. Y es demasiado peligroso dejarse seducir por los cantos de cisne de la medicina alternativa, de gente con muy buena fe, pero también de gente con mala fe.
-Ciertamente, el libro no es apto para los partidarios de la medicina alternativa ...
-Hay mucha fanfarronada. No soy partidario de la medicina alternativa, pero sí abierto a todas las perspectivas y aproximaciones. Pero pasa que hay mucha estafa, porque eres muy vulnerable. Y lo que no me gusta es el discurso que hay detrás, que es un discurso claramente pensado para engancharte.
Los que hemos crecido con Verbalia, leemos sus palabras entre líneas. Espero que Llullu disfrute al oído cuando su padre le hable de Y el ser es ley. Y crezca en gracia.
[Agradecimiento a Rosa Conca y Teuladí, con quien tanto compartimos]
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